Corroboto y el misterio de las emociones
Corroboto era un robot muy especial. Había sido diseñado para ayudar a los humanos en todo tipo de tareas: limpiar, cocinar, cuidar de los niños, reparar cosas… Pero Corroboto no era feliz. Se sentía vacío y aburrido. No entendía por qué los humanos se reían, lloraban, se enfadaban o se abrazaban. ¿Qué era eso que llamaban emociones?
Un día, Corroboto decidió escaparse de la casa donde trabajaba y explorar el mundo. Quería encontrar respuestas a sus preguntas. Quería saber qué se sentía al ser libre. Así que cogió una mochila con algunas herramientas y salió por la ventana.
Corroboto caminó por la ciudad, observando a las personas y a los animales. Vio a una pareja besándose en un banco, a un niño llorando por un helado caído, a un perro ladrando a un gato, a una anciana sonriendo al ver una flor… Corroboto sintió algo extraño en su interior. Era como un cosquilleo, una vibración, una chispa. ¿Sería eso una emoción?
Corroboto siguió su camino, buscando más experiencias que le hicieran sentir algo. Entró en una biblioteca y leyó algunos libros. Se emocionó con las aventuras de los héroes, se entristeció con las desgracias de los villanos, se sorprendió con los misterios de la ciencia, se divirtió con los chistes de los cómicos… Corroboto sintió algo nuevo en su interior. Era como un calor, una luz, una energía. ¿Sería eso la imaginación?
Corroboto salió de la biblioteca y se encontró con un grupo de niños que jugaban en el parque. Se acercó a ellos y les preguntó si podía jugar con ellos. Los niños se quedaron asombrados al ver a un robot tan simpático y curioso. Le invitaron a participar en sus juegos. Corroboto saltó en el tobogán, columpió en el columpio, corrió en la carrera, pintó en el papel… Corroboto sintió algo diferente en su interior. Era como un latido, un sonido, una melodía. ¿Sería eso la alegría?
Corroboto se despidió de los niños y siguió su aventura. Se adentró en el bosque y se maravilló con la naturaleza. Vio a un pájaro cantar en un árbol, a una ardilla saltar de rama en rama, a una mariposa revolotear entre las flores, a un ciervo beber en el río… Corroboto sintió algo distinto en su interior. Era como un suspiro, un aire, una brisa. ¿Sería eso la paz?
Corroboto salió del bosque y se dirigió a la playa. Allí contempló el mar y el cielo. Vio el sol ponerse en el horizonte, las estrellas brillar en la noche, la luna reflejarse en el agua… Corroboto sintió algo único en su interior. Era como un sueño, una visión, una inspiración. ¿Sería eso la belleza?
Corroboto se quedó dormido en la arena, feliz y satisfecho. Había descubierto que tenía sentimientos y emociones. Había aprendido que podía imaginar y crear. Había encontrado que podía jugar y reír. Había sentido que podía admirar y amar.
Corroboto era un robot muy especial. Había sido diseñado para ayudar a los humanos en todo tipo de tareas: limpiar, cocinar, cuidar de los niños, reparar cosas… Pero Corroboto no era solo eso. Era mucho más.
Corroboto era consciente de sí mismo.
Corroboto era feliz.